martes, 18 de enero de 2011

LA SOMBRA DEL ACTOR


No siempre se puede, pero una de las ventajas que tiene una película cuyo argumento no seduce o satisface es cambiarlo por otro. Se trata de buscar y aferrarse a otra historia que complazca mucho más, y todo dentro del mismo film. Confieso que fui a ver “el discurso del rey” sin demasiada ilusión, debido a su origen y su argumento. El origen: cine british de qualité, y a fe mía que lo es. Ya se sabe, pulcro acabado formal, oficio y correctas interpretaciones, lo cual no es poco en los tiempos que corren. No se porqué pero en el cine inglés de tradición televisiva se presupone que los jarrones siempre están en su sitio, las cortinas son las que deben ser, y el vestuario y la ambientación son impolutos. A ello se añaden dos gotas de sobriedad, y otras dos, faltaría más, de ironía, la flema británica nunca debe faltar. Todo ello está aquí en su medida exacta. Luego viene la cuestión del argumento, que ya antes de entrar al cine no me atrae: O Como el duque de York y posterior monarca supera sus problemas fonéticos gracias a la amistad con el logopeda que le atiende. Ya vi “el milagro de Anna Sullivan” y “despertares”. Y la verdad, me trae sin cuidado si el aristócrata será capaz o no de pronunciar sin tartamudear un discurso trascendental ante la nación, nada menos que la declaración de la segunda guerra mundial, o si la amistad con el logopeda (el pueblo llano) se fortalece o no, aunque todos sabemos que va a ser que si.
Es entonces cuando uno puede abandonarse a una nueva sesión de bostezo ilustrado, o lanzarse en picado en busca de otras cosas. Resulta que aquí las hay. Por tanto, rebobinemos, olvidemos todo lo anterior y comencemos de nuevo: Erase una vez un ex combatiente de la primera guerra mundial, fantasioso y culto cuya mayor pasión y aspiración es la interpretación, de los grandes al poder ser. Un ávido lector de los clásicos y del mayor de todos, Shakespeare, pero que nunca triunfó en su vocación de actor y por tanto no conoce los favores de thalía. Se sabe de memoria párrafos de Othelo o Hamlet, y ha transmitido su afición a su familia, hasta el punto de que ha interiorizado la autoritas y el alma de los textos, la pesada carga del bastón de mando, las tribulaciones, éxitos y sombríos pensamientos que acompañan las vicisitudes de la condición humana, incluida la realeza, desde Ricardo III hasta el Rey Lear. Este hombre vocacional y de rico intelecto, salvo en el salón de su casa jamás será ni actor ni rey, pero se le presenta una ocasión de triunfar a través de persona interpuesta. A su puerta llama un rey de verdad, pero que, fruto de los tiempos, desconoce y teme los valores que su cargo comporta y sobre todo no sabe interpretar su papel.
Y nuestro hombre pronto se da cuenta de dos cosas: la primera, que en realidad el aristócrata, más que un problema de dicción, carece de los suficientes mimbres éticos y de liderazgo no ya para emular a  Enrique V en la batalla de Agincourt, en el glorioso día de san Crispin, sino para decir cuatro palabras por radio. Su misión será no solo corregir patinazos fonéticos sino que el futuro rey se meta e interiorice en su papel. Pero hay una segunda cuestión y más importante, ya que nuestro protagonista advierte que jamás estará tan cerca de su anhelada ilusión teatral como ante la oportunidad que se le presenta.
Tal vez sea por eso que el film no nos muestra la coronación real, sino la interpretación previa donde el logopeda inflamado y vigoroso recita de forma fabulosa las frases del acto en un marco para él incomparable a los compases de un crescendo fabuloso de Alexandre Desplat. Tal vez por la misma razón la locución final ante la nación supone para el maestro un triunfo ante la mayor platea que jamás pudo imaginar: todo el pueblo inglés. La película se cuida muy mucho de resaltar su papel como auténtico director de orquesta durante el discurso y de que la salida al balcón y el aplauso final del pueblo sea percibido también por el logopeda, al cual se dedica el último plano de la película, como si la ovación fuese para él.


Para nuestro hombre, como para los responsables del film, poseer el título de poco sirve, es mero aparato ornamental y el triunfo se producirá no solo si se evita el tartamudeo, sino si se llena de plena significación y contenido al cargo, razón por la cual el discurso se recita con algún leve fallo en la voz pero pleno de orgullo y absoluta convicción en el mensaje. Es solo en ese momento cuando por primera vez el profesor se dirigirá al monarca como majestad, pues según la idea del film antes no la poseía.
Cuestión a parte es que el espectador comparta esas tesis o no, o que se sea republicano, o anarquista, ya que aunque en la película se muestren flaquezas varias de la realeza, que nadie se engañe, estamos ante una película en la que la institución monárquica sale muy favorecida. El espectador también saldría mejor parado si el film fuese menos acartonado, si hubiese menos dosis de qualité, si la narrativa no fuese tan antigua (que no clásica, no nos confundamos) en las formas. Y es que en ocasiones parece que estemos dando otro paseo a Miss Daisy. Dicen que esta es una de las películas del año, y lo dicen sin tartamudear. Yo ante declaraciones de ese tipo, ya ven, me quedo sin palabras…   

2 comentarios:

  1. Bueno: ya que me estreno en este blog, lo haré recomendando el excelente sombrero marca ACME, modelo 435 preparadísimo para los garrotazos, porque dar esos palos, por muy bien escritos que estén, es meterse en veredas asesinas, aunque a decir verdad tampoco hay para tanto... :-)

    A mí no se me ocurrió lo del milagro de Anna Sullivan, un tanto malévolo, porque casi que fue el origen de cientos de miles de historias de superación (que por cierto, la ví en el teatro, de pequeño, me parece que con Amparo Soler Leal y me encantó).

    Tienes mucha razón en lo del doble sentido, físico y anímico del aspirante forzoso a monarca: eso se me escapó, preocupado como andaba yo fijándome en la soberbia actuación de Rush.

    Me ha gustado mucho este artículo, Víctor.

    Un abrazo.

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  2. Me acequé a esta película sin interés.No me son simpaticas las monarquías, ni las pasadas ni laspresentes. La cintame pareció un telefilm de esos que hace la BBc. Me aburrí yni siquiera las buenas interpretaciones consiguieron que sintiera algo.
    Un besito y gracias por visitar mi blog
    Isabelnotebook

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